sábado, 22 de marzo de 2014

JUDITH REYES. EL SUJETO, LA OBRA Y EL TIEMPO

JUDITH REYES. EL SUJETO, LA OBRA Y EL TIEMPO
Liliana García Sánchez

I.
En el año 2006, me propuse escribir un libro, una historia de vida y aunque no había decidido sobre quién, sabía que quería que se tratara de una mujer importante y desconocida, pues se suele pensar que solamente los personajes rescatados por la Historia con mayúsculas, son dignos de desfilar en los caminos de la historia.
Fueron Paco Barrios y León Chávez, quienes entre charlas amistosas me hablaron de Reyes, me hicieron escuchar su voz y conocer su historia; este proceso se fue ampliando a la par que se me abrían las memorias de su hija Magali, de músicos como Elia Crotte, Ismael Colmenares, Enrique Ballesté, Manuel Rodríguez, Enrique Cisneros “El llanero solitito”.
Al irme adentrando en su extraordinaria vida, supe que escribir sobre ésta implicaba una empresa de enormes dimensiones. De manera que en mi proyectado libro me propuse simplemente contar lo que yo sabía, lo que sabían y recordaban algunos de los que la conocieron, así como lo que ella misma dejó por herencia: Sus canciones y sus libros. Fue entonces que gracias al maestro “Mastuerzo” llegó hasta mis manos una fotocopia del libro “La otra cara de la patria”, libro autobiográfico escrito en el exilio, firmado en la ciudad de Reggio Emilia, Italia, en el que Judith narra su difícil caminar de desde la infancia hasta el año 1970… “Hice este escrito, que los mexicanos conocerán, si no hoy, mañana… la marcha de la historia es implacable”.

Tan sólo con “La otra cara de la patria” se me presentó el primer reto ante el cual se enfrenta todo investigador al momento de sopesar la importancia de sus fuentes. Debo confesar que la densa complejidad de algunas fuentes para elaborar el libro, sólo ha sido comprendida por mi con el paso del tiempo. Y es que el trabajo con la memoria y el testimonio, tiene la magia y la dificultad unidas, de enfrentar una serie de “hechos” y sucesos concretos en la dimensión de lo recordado. La historia oral nos enseña que no es lo mismo trabajar con el hecho en sí, que con el hecho recordado. Al recordar Judith Reyes sus propias vivencias, reconstruye la imagen de una época, de una sociedad, de una determinada izquierda y de sí misma, desde sus ojos presentes. El testimonio tiene además la riqueza de la reflexión del sujeto, que se cuestiona constantemente sus actos y decisiones, se pregunta por qué hizo o no tal o cual cosa, se conmueve, se rebela, se conduele, aunque los hechos estén separados ya por años de distancia. Obtenemos así una suerte de triple espejo temporal: El que recuerda Judith, el del momento desde el cual ella habla (el exilio), y el momento desde el cual yo interpreto su testimonio. Así, “La otra cara de la patria” se configura ante mí como una fuente de múltiples voces, aristas y silencios, sólo visibles a la vuelta de algunos años de haberlo leído y trabajado. En primer lugar, tenemos que la autora expone en el libro 46 años de su vida (1924-1970), a través de los cuales encontramos los hechos y vivencias que llevaron a la artista por los caminos del canto vernácula y el mensaje político. Aunque Judith sabe que su libro podía tardar años y penas para ser publicado en México (no fue tanto, pues se publica en 1974), ella se cuida prudentemente de señalar nombres, domicilios, agrupaciones y acontecimientos relativos a los múltiples movimientos sociales que ella acompaña y testimonia. De modo que lo que en 2006 encontré como “silencios”, “lagunas” o “vacíos” en el libro de la cantautora, hoy en 2014, los considero igual de elocuentes que lo que ella efectivamente describe y nombra; lo que un sujeto de izquierdas calla, suele describir conflictos, modos de protección y formas de resistencia ante un Estado vigilante y represor. Así entonces, lo que Judith calla en su libro, a la vuelta de los años constituye vetas inexploradas de investigación, y lo que en 1970 tuvo que ser callado con fines de seguridad y protección colectiva, 44 años después habla de inminentes espacios de estudio que aún esperan por la mirada atenta de los investigadores y de quienes trabajamos el tema de la izquierda musical mexicana de esos años.

II.
La reflexión a 8 años de haber publicado este libro no puede ser más satisfactoria. Hemos presentado ya la tercera edición, con algunas correcciones y fotografías, nuevamente con Red-Ez, editorial entusiasta y solidaria; el libro se ha presentado en espacios de la ciudad, como el Foro Coyoacanense “Hugo Argüelles”, el centro cultural “Futurama”, el Museo de Culturas Populares, la galería autónoma de la FFyL de la UNAM, la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de septiembre (UVyD-19), y en diversas ferias literarias en el DF, así como en los estados de Hidalgo, Querétaro y Morelos.  Gracias a manos solidarias y viajeras, el libro ha llegado a espacios como Chiapas, Oaxaca, Puebla, Chihuahua, Guerrero, Jalisco y Michoacán.
A lo largo de estos 8 años de promover y difundir el libro “Judith Reyes, una mujer de canto revolucionario, 1924-1988”, la figura de esta cantautora sigue creciendo y guardándonos sorpresas. En estos breves años, muchas personas se han acercado a mí con un recuerdo o una anécdota a cerca de Judith, músicos que la conocieron, que escucharon su música, muchos que en los 70 eran jóvenes en búsqueda de identidad y respuestas, a quienes ella les cambió la vida para siempre. La biografía de Judith Reyes sigue creciendo, se le siguen incorporando nuevas memorias de otros cantores que me siguen compartiendo su memoria hasta la fecha, como Gabino Palomares,  Roberto González, Eblen Macari, Arturo Cipriano, Rafael Catana y Fernando Morán, así como algunos miembros del grupo de teatro político “Mascarones”.
Algo que encuentro oportuno mencionar, es que a la par que una biografía crece y se nutre de nuevos elementos, crece también una biografía más amplia, más compleja, la biografía de la canción de protesta mexicana. A través de la vida de Judith y de los múltiples caminos por donde ésta puede llevarnos, podemos comprender de manera bastante clara qué cambia, qué permanece y por qué, en el mundo de la canción social a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Y esto es algo que quizá ella misma difícilmente imaginó. Siendo una mujer de convicciones firmes y de una fuerte suspicacia hacia los cambios políticos en su sociedad, estaba convencida de estar aportando su “granito de arena”, a la construcción de un México más justo y en donde las verdades desagradables no se quedaran bajo el maquillaje del progreso y la modernidad. Pero quizá su sencillez y su falta de pretensiones personalistas, no le permitieron prever que con el paso del tiempo, su nombre y su obra adquirirían las dimensiones que hoy tienen, a causa de ese elemento que siempre apreció como su prioridad: la construcción de ese sujeto popular revolucionario que con razón y paciencia reiterada explica el maestro Alberto Híjar Serrano. Construcción en la que no caben famas ni esa “popularidad” concedida por industrias y medios, pero sí la concedida por los sujetos, esas “masas” que Tony Negri prefiere llamar multitud en su potencialidad de movilización y de igualdad en la diferencia, y en contraposición con la connotación que el capital quiere dar a los públicos y a lo popular.
La suma de las grandes biografías de luchadores sociales desconocidos, puede dar cuenta de un México que de otra forma no podríamos imaginar. E aquí uno de los grandes aciertos de la historia social, la de buscar los hombres y las mujeres que construyen desde abajo una sociedad, las micro historias de los sujetos anónimos que pasaron por la huelga, por la guerrilla, por la tortura, por las jornadas obreras y sindicales, pero sin cuyo esfuerzo no se hubieran podido encumbrar los nombres de otros, en lo cultural, en lo político y en lo artístico.

III.
Tras los años de exilio, y sin haber dejado de mantener contacto con los movimientos mexicanos, Judith regresa a la ciudad de México y se reintegra al trabajo solidario con el movimiento de colonos del Campamento 2 de Octubre, en Iztacalco, asimismo, intenta establecer o renovar vínculos con sectores de la izquierda musical como CLETA (Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística), y LIMAR (Liga Independiente de Artistas Revolucionarios). Dentro de este nuevo panorama cultural en donde se discute el tema de la “Nueva canción” latinoamericana, el folclor y el cada vez más recurrente rock… Con los cambios que Judith encuentra en México, reflexiona sobre la idea, muy en boga en los 70, de la vinculación con “las masas”.
Un ejemplo que quiero incluir, es un fragmento de una entrevista que hiciera Daniel Viglietti a Judith Reyes en septiembre de 1974, en la casa de Rubén Ortiz (del grupo los Folkloristas) en el Distrito Federal. La transmisión de esta entrevista, en el conocido programa de Viglietti, “El Tímpano”, para Radio El Espectador de Uruguay, se dio el 8 de diciembre de 2012 y puede escucharse en la red.
Daniel y Judith se habían conocido en la Casa del Lago, en el primer viaje del cantautor uruguayo a México, en ese 1974. Él venía de cantar contra Pinochet en el Lincoln Center de Nueva York y Beatriz Allende lo había invitado a participar en la campaña mexicana. En aquella reunión en la casa de Ortiz, Daniel aprovechó para dialogar con Judith, la “cantora militante de México”, cuya canción él define como “didáctica, simple, primitiva, directa… é ahí su fuerza”. A continuación transcribo algunas ideas que esa tarde ella externó y las dejo para la reflexión:

“… en una ocasión alguien me decía ‘Pobre de Judith Reyes, pues hace el esfuerzo por hacer su canción, lo malo de ella es que no tiene vinculación con las masas, por eso nadie la conoce’. (…) varios compañeros creen que porque cantan en un auditorio con 10  mil o 100 mil gentes, están vinculados con las masas, esto no es tener vinculación con las masas, esto es hacer el show, (…)  la vinculación con las masas, considero que es cuando tú participas con ellos en sus luchas. De otra manera solamente somos el que está actuando…”

Yo he tenido algunas discusiones porque en una ocasión, salta alguien del público y me dice ‘Judith, ¿me permites que cante una canción?’ ‘Sí como no, ven, anda, aquí está la guitarra’, viene y se pone a cantar y empieza a palmear la gente, a zarandearse y todo, y le digo yo ‘Continúa’, ‘No, -dice, lo único que yo quería es que la gente estuviera animada’ le digo ‘¡Pues ya me jodiste mano!’ ‘¿Cómo que te jodí?’ ‘Claro, le dije, porque yo quiero un auditorio atento, que me escuche y no un público que se esté zarandeando allí, porque no es eso lo que yo vine a hacer aquí.’ Yo quiero entregar un mensaje… o recoger una impresión, un comentario, saber qué piensan, qué problemas tienen, etcétera, establecer un diálogo entre ellos y no hacer el show, aquí yo ‘Mira que a toda madre esa vieja, cómo se zarandea a todo dar …’ ¿no? eso no es lo que yo vine a hacer, entonces qué es lo que yo quiero hacer, qué quiere hacer Judith Reyes, ¿quiere hacer arte, quiere hacer canción, quiere hacer el show o quiere hacer política?, yo, Judith Reyes quiero hacer política.”

Lo cual cumple al pie de la letra, a pesar quizá de las críticas a su obra, que frente al “canto nuevo” y sus sofisticaciones, resultaba panfletaria. Al final del mencionado libro “La otra cara de la patria”, se reproducen dos cartas de solidaridad, dirigidas a Judith en el exilio, desde Lecumberri, firmadas por presos políticos catedráticos, intelectuales, dirigentes, estudiantes, escritores y periodistas; miembros del PCM, del Movimiento Revolucionario del Pueblo, así como miembros del M.I.R.E., y los detenidos el 17 de julio de 1967. Entre los numerosos firmantes, están José Revueltas, Armando Castillejos, Raúl Álvarez Garín, Eli de Gortari, Manuel Marcué Pardiñas, Heberto Castillo, Pablo Alvarado Barrera y su amado esposo, Adán Nieto Castillo. Ello es sólo una muestra de a qué se refería Judith, cuando hablaba de vincularse con las masas. Por eso no entendía una presentación de sus canciones sin la atención de un público, porque ella tenía esa intención didáctica que señala Viglietti y ese bagaje político de múltiples y complejos movimientos con los que establecía apoyos mutuos y solidarios.

III.
Este 22 de marzo nuestra querida cantautora cumpliría 90 años de vida. El estudio de su historia nos permite intuir lo que le provocó ese paro cardiaco que detuvo su febril labor aquél 27 de diciembre de 1988. Su historia nos permite saber que Judith se vio enfrentada desde muy joven, a la violencia, la carencia y el maltrato, en algún momento con su primer esposo, Eduardo Alarcón; en un segundo plano, ya adentrada en el activismo político comprometido, Judith enfrentó secuestro, golpes, torturas, amenazas y humillaciones; sufrió sabotajes a sus presentaciones, el cierre de espacios para su canto, y es doloroso saber del ninguneo y la ignorancia de las nuevas generaciones y en muchas ocasiones, la de sus propios colegas y “compañeros”. Pero poco habla ella de estas cosas en su autobiografía y no siendo afecta a repasar una y otra vez sus penas y sufrimientos, los nombra, los sostiene como parte de una lucha que las dolencias no detienen, para mostrar de qué estaba hecha. Pero hay algo que la va minando, algo que acabó lentamente con ella y que la lleva efectivamente al exilio: el miedo. La historia social no quiere mostrar sujetos invulnerables, invencibles, a prueba de todo padecimiento. Es preciso también mostrar lo terrible que asoma a lo largo de su testimonio, y es la semilla del miedo, sembrado en la profundidad de su ser cuando su activismo continuaba siendo frontal y sus canciones imparables, porque la obra no se detiene a pesar de los pesares. Miedo por la integridad y porvenir de sus hijos y de su madre; miedo porque una vez que te secuestran y te torturan, no puedes volver a ser la misma, de manera que las noches de insomnio, los sobresaltos a los ruidos de la calle, la incapacidad para volver a dormir con la luz apagada, son sombras que acompañan a la artista hasta el final… Heridas profundas que llevó a cuestas sin quejas ni autocompasiones. Un golpe aquí, vejaciones y amenazas allá, otro golpe más, esta vez en el pecho, aplicado con el canto de dos manos criminales, que deja un dolor permanente en la memoria del cuerpo y del alma, que la debilita poco a poco, que la hace sucumbir en su mesa de trabajo, cuando aún tenía varias batallas que librar y varias canciones que escribir. Como José de Molina, muerto por una complicación hepática provocada por una golpiza de que es víctima años atrás a causa de su oficio, por su claridad o por su necedad. Lento debilitamiento o cobarde asesinato como al maestro Víctor Jara, las historias abarcarían tomos. Huellas de golpes, de exilios, de muertes injustas, que el tiempo se encarga de borrar mientras que el sujeto revolucionario crece junto con su obra en la lucha contra el olvido. Ahí está la labor del investigador, del historiador, del periodista (oficio que ella misma ejerció de manera íntegra y decidida) y aún del escritor: dimensionar los hechos  y las obras tanto en su momento, como al paso del tiempo, dimensionar también al sujeto cuyos golpes y cuya muerte son resignificados, pues su obra ha sido grande, tanto que trasciende tiempos y espacios.

Vaya pues esta sencilla reflexión, para que se le recuerde a Judith en su día, y a todos sus hermanos de espíritu. Qué mejor manera de recordarla que escuchar y cantar su música, recopilar y difundir sus cantos, estudiar la riqueza y el valor de su lírica y su pensamiento y colocar su historia vivida en el justo lugar, donde pueda seguir creciendo e inspirando a otros en su labor cotidiana contra las monstruosidades de la imparable ambición capitalista, y del neoliberalismo que aunque anhela la apatía y el olvido, no ha de lograr resquebrajar memorias, solidaridades y resistencias.
Les dejo finalmente, una de las últimas canciones que escribiera Judith, y que permanece inédita aún, en espera de una voz y una guitarra que la lancen al vuelo, como recuerdo de una vivencia colectiva de la ciudad de México.


Liliana García Sánchez
Coyoacán, marzo de 2014.

Corrido del Terremoto
1985

A las siete diez y nueve
del diez y nueve de septiembre
año de mil novecientos
ochenta y cinco pasó;
cayeron las altas torres
a causa de un cataclismo
y luto de golondrinas
sobre la ciudad dejó.

Ay qué pena tan inmensa
es este dolor del pueblo
para arriba y para abajo
tiembla aquí en la capital,
falta el agua y los alambres
de la luz se reventaron
y en la calle Pino Suárez
cayeron los edificios
como en San Antonio Abad.

En Lorenzo Boturini
murieron las costureras
manos, hilos y tijeras
inmovilizó el temblor;
porque techos y paredes
de las fábricas cayeron
sobre las trabajadoras
fustigadas del patrón.

Hartas casas ya no existen
e Tepito y en la Roma
y tampoco en Tlatelolco
el Edificio Nuevo León;
allí Plácido Domingo
mano a mano con la muerte
empeñado en el rescate
de su gente y tanta gente
desgarró su corazón.

Traigan palas, traigan grúas
porque hay muchos bajo tierra
el oxígeno les falta.
En esta vida temporal;
¿dónde están, dónde quedaron
mis amigos tan queridos?
¿dónde están mis familiares
que no los puedo encontrar?


Ya después del terremoto
llegaron hartos soldados
pero no trajeron palas
para ponerse a buscar;
aquí sobran los fusiles
el pueblo decía enojado,
¡Que se vayan los soldados
Los soldados que se vayan!
porque vienen a robar.

Conmovido el extranjero
su ayuda mandó en aviones
su experiencia en terremotos
nos dio el pueblo japonés,
Cuba, Francia y Nicaragua,
Inglaterra y Alemania
y de Rusia tan lejana
su ayuda sin interés.

Estados Unidos echa
la mano como ninguno
causa de esto desparrama
al fin la buena vecindad;
Ya es tiempo de que el presidente
mejor nos vaya diciendo
cuánto va a cobrar el gringo
cuánto va a cobrar el gringo
por lo que dice que da.

En los primeros derrumbes
se abatió el Hospital Juárez
sepultado muchachitos
que empezaban a vivir,
apenas recién nacidos
y ocho días desamparados,
semillitas de la vida
se negaron a morir.

Enfermeras y doctores
en servicio perecieron
bata blanca su mortaja
verde monte, su laurel.
Palomita yo te pido
un consuelo para el pobre
pues con este terremoto
y la ayuda propalada
nos tocó la de perder.



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