JUDITH REYES. EL SUJETO,
LA OBRA Y EL TIEMPO
Liliana García
Sánchez
I.
En el año 2006, me propuse escribir un libro, una historia de vida y
aunque no había decidido sobre quién, sabía que quería que se tratara de una
mujer importante y desconocida, pues se suele pensar que solamente los
personajes rescatados por la Historia con mayúsculas, son dignos de desfilar en
los caminos de la historia.
Fueron Paco Barrios y León Chávez, quienes entre charlas amistosas
me hablaron de Reyes, me hicieron escuchar su voz y conocer su historia; este
proceso se fue ampliando a la par que se me abrían las memorias de su hija
Magali, de músicos como Elia Crotte, Ismael Colmenares, Enrique Ballesté,
Manuel Rodríguez, Enrique Cisneros “El llanero solitito”.
Al irme adentrando en su extraordinaria vida, supe que escribir
sobre ésta implicaba una empresa de enormes dimensiones. De manera que en mi
proyectado libro me propuse simplemente contar lo que yo sabía, lo que sabían y
recordaban algunos de los que la conocieron, así como lo que ella misma dejó
por herencia: Sus canciones y sus libros. Fue entonces que gracias al maestro
“Mastuerzo” llegó hasta mis manos una fotocopia del libro “La otra cara de la
patria”, libro autobiográfico escrito en el exilio, firmado en la ciudad de
Reggio Emilia, Italia, en el que Judith narra su difícil caminar de desde la
infancia hasta el año 1970… “Hice este escrito, que los mexicanos conocerán, si
no hoy, mañana… la marcha de la historia es implacable”.
Tan sólo con “La otra cara de la patria” se me presentó el primer
reto ante el cual se enfrenta todo investigador al momento de sopesar la
importancia de sus fuentes. Debo confesar que la densa complejidad de algunas
fuentes para elaborar el libro, sólo ha sido comprendida por mi con el paso del
tiempo. Y es que el trabajo con la memoria y el testimonio, tiene la magia y la
dificultad unidas, de enfrentar una serie de “hechos” y sucesos concretos en la
dimensión de lo recordado. La historia oral nos enseña que no es lo mismo
trabajar con el hecho en sí, que con el hecho recordado. Al recordar Judith
Reyes sus propias vivencias, reconstruye la imagen de una época, de una
sociedad, de una determinada izquierda y de sí misma, desde sus ojos presentes.
El testimonio tiene además la riqueza de la reflexión del sujeto, que se cuestiona
constantemente sus actos y decisiones, se pregunta por qué hizo o no tal o cual
cosa, se conmueve, se rebela, se conduele, aunque los hechos estén separados ya
por años de distancia. Obtenemos así una suerte de triple espejo temporal: El
que recuerda Judith, el del momento desde el cual ella habla (el exilio), y el
momento desde el cual yo interpreto su testimonio. Así, “La otra cara de la
patria” se configura ante mí como una fuente de múltiples voces, aristas y
silencios, sólo visibles a la vuelta de algunos años de haberlo leído y
trabajado. En primer lugar, tenemos que la autora expone en el libro 46 años de
su vida (1924-1970), a través de los cuales encontramos los hechos y vivencias
que llevaron a la artista por los caminos del canto vernácula y el mensaje
político. Aunque Judith sabe que su libro podía tardar años y penas para ser
publicado en México (no fue tanto, pues se publica en 1974), ella se cuida
prudentemente de señalar nombres, domicilios, agrupaciones y acontecimientos
relativos a los múltiples movimientos sociales que ella acompaña y testimonia.
De modo que lo que en 2006 encontré como “silencios”, “lagunas” o “vacíos” en
el libro de la cantautora, hoy en 2014, los considero igual de elocuentes que
lo que ella efectivamente describe y nombra; lo que un sujeto de izquierdas
calla, suele describir conflictos, modos de protección y formas de resistencia
ante un Estado vigilante y represor. Así entonces, lo que Judith calla en su
libro, a la vuelta de los años constituye vetas inexploradas de investigación,
y lo que en 1970 tuvo que ser callado con fines de seguridad y protección
colectiva, 44 años después habla de inminentes espacios de estudio que aún
esperan por la mirada atenta de los investigadores y de quienes trabajamos el
tema de la izquierda musical mexicana de esos años.
II.
La reflexión a 8 años de haber publicado este libro no puede ser más
satisfactoria. Hemos presentado ya la tercera edición, con algunas correcciones
y fotografías, nuevamente con Red-Ez, editorial entusiasta y solidaria; el
libro se ha presentado en espacios de la ciudad, como el Foro Coyoacanense
“Hugo Argüelles”, el centro cultural “Futurama”, el Museo de Culturas
Populares, la galería autónoma de la FFyL de la UNAM, la Unión de Vecinos y
Damnificados 19 de septiembre
(UVyD-19), y en diversas ferias literarias en el DF, así como en los estados de
Hidalgo, Querétaro y Morelos. Gracias a
manos solidarias y viajeras, el libro ha llegado a espacios como Chiapas,
Oaxaca, Puebla, Chihuahua, Guerrero, Jalisco y Michoacán.
A lo largo de estos 8 años de promover y difundir el libro “Judith
Reyes, una mujer de canto revolucionario, 1924-1988”, la figura de esta
cantautora sigue creciendo y guardándonos sorpresas. En estos breves años,
muchas personas se han acercado a mí con un recuerdo o una anécdota a cerca de
Judith, músicos que la conocieron, que escucharon su música, muchos que en los
70 eran jóvenes en búsqueda de identidad y respuestas, a quienes ella les
cambió la vida para siempre. La biografía de Judith Reyes sigue creciendo, se
le siguen incorporando nuevas memorias de otros cantores que me siguen
compartiendo su memoria hasta la fecha, como Gabino Palomares, Roberto González, Eblen Macari, Arturo
Cipriano, Rafael Catana y Fernando Morán, así como algunos miembros del grupo
de teatro político “Mascarones”.
Algo que encuentro oportuno mencionar, es que a la par que una
biografía crece y se nutre de nuevos elementos, crece también una biografía más
amplia, más compleja, la biografía de la canción de protesta mexicana. A través
de la vida de Judith y de los múltiples caminos por donde ésta puede llevarnos,
podemos comprender de manera bastante clara qué cambia, qué permanece y por
qué, en el mundo de la canción social a lo largo de la segunda mitad del siglo
XX. Y esto es algo que quizá ella misma difícilmente imaginó. Siendo una mujer
de convicciones firmes y de una fuerte suspicacia hacia los cambios políticos
en su sociedad, estaba convencida de estar aportando su “granito de arena”, a
la construcción de un México más justo y en donde las verdades desagradables no
se quedaran bajo el maquillaje del progreso y la modernidad. Pero quizá su
sencillez y su falta de pretensiones personalistas, no le permitieron prever
que con el paso del tiempo, su nombre y su obra adquirirían las dimensiones que
hoy tienen, a causa de ese elemento que siempre apreció como su prioridad: la
construcción de ese sujeto popular revolucionario que con razón y paciencia
reiterada explica el maestro Alberto Híjar Serrano. Construcción en la que no
caben famas ni esa “popularidad” concedida por industrias y medios, pero sí la
concedida por los sujetos, esas “masas” que Tony Negri prefiere llamar multitud
en su potencialidad de movilización y de igualdad en la diferencia, y en
contraposición con la connotación que el capital quiere dar a los públicos y a
lo popular.
La suma de las grandes biografías de luchadores sociales
desconocidos, puede dar cuenta de un México que de otra forma no podríamos
imaginar. E aquí uno de los grandes aciertos de la historia social, la de
buscar los hombres y las mujeres que construyen desde abajo una sociedad, las
micro historias de los sujetos anónimos que pasaron por la huelga, por la
guerrilla, por la tortura, por las jornadas obreras y sindicales, pero sin cuyo
esfuerzo no se hubieran podido encumbrar los nombres de otros, en lo cultural,
en lo político y en lo artístico.
III.
Tras los años de exilio, y sin haber dejado de mantener contacto con
los movimientos mexicanos, Judith regresa a la ciudad de México y se reintegra
al trabajo solidario con el movimiento de colonos del Campamento 2 de Octubre,
en Iztacalco, asimismo, intenta establecer o renovar vínculos con sectores de
la izquierda musical como CLETA (Centro Libre de Experimentación Teatral y
Artística), y LIMAR (Liga Independiente de Artistas Revolucionarios). Dentro de
este nuevo panorama cultural en donde se discute el tema de la “Nueva canción”
latinoamericana, el folclor y el cada vez más recurrente rock… Con los cambios
que Judith encuentra en México, reflexiona sobre la idea, muy en boga en los
70, de la vinculación con “las masas”.
Un ejemplo que quiero incluir, es un fragmento de una entrevista que
hiciera Daniel Viglietti a Judith Reyes en septiembre de 1974, en la casa de
Rubén Ortiz (del grupo los Folkloristas) en el Distrito Federal. La transmisión
de esta entrevista, en el conocido programa de Viglietti, “El Tímpano”, para Radio El Espectador de Uruguay, se dio
el 8 de diciembre de 2012 y puede escucharse en la red.
Daniel y Judith se habían conocido en la Casa del Lago, en el primer
viaje del cantautor uruguayo a México, en ese 1974. Él venía de cantar contra
Pinochet en el Lincoln Center de Nueva York y Beatriz Allende lo había invitado
a participar en la campaña mexicana. En aquella reunión en la casa de Ortiz,
Daniel aprovechó para dialogar con Judith, la “cantora militante de México”,
cuya canción él define como “didáctica, simple, primitiva, directa… é ahí su
fuerza”. A continuación transcribo algunas ideas que esa tarde ella externó y las
dejo para la reflexión:
“… en una ocasión alguien me decía ‘Pobre de Judith Reyes, pues hace
el esfuerzo por hacer su canción, lo malo de ella es que no tiene vinculación
con las masas, por eso nadie la conoce’. (…) varios compañeros creen que porque
cantan en un auditorio con 10 mil o 100
mil gentes, están vinculados con las masas, esto no es tener vinculación con
las masas, esto es hacer el show,
(…) la vinculación con las masas,
considero que es cuando tú participas con ellos en sus luchas. De otra manera
solamente somos el que está actuando…”
Yo he tenido algunas discusiones porque en una ocasión, salta
alguien del público y me dice ‘Judith, ¿me permites que cante una canción?’ ‘Sí
como no, ven, anda, aquí está la guitarra’, viene y se pone a cantar y empieza
a palmear la gente, a zarandearse y todo, y le digo yo ‘Continúa’, ‘No, -dice,
lo único que yo quería es que la gente estuviera animada’ le digo ‘¡Pues ya me
jodiste mano!’ ‘¿Cómo que te jodí?’ ‘Claro, le dije, porque yo quiero un
auditorio atento, que me escuche y no un público que se esté zarandeando allí,
porque no es eso lo que yo vine a hacer aquí.’ Yo quiero entregar un mensaje… o
recoger una impresión, un comentario, saber qué piensan, qué problemas tienen,
etcétera, establecer un diálogo entre ellos y no hacer el show, aquí yo ‘Mira
que a toda madre esa vieja, cómo se zarandea a todo dar …’ ¿no? eso no es lo
que yo vine a hacer, entonces qué es lo que yo quiero hacer, qué quiere hacer
Judith Reyes, ¿quiere hacer arte, quiere hacer canción, quiere hacer el show o
quiere hacer política?, yo, Judith Reyes quiero hacer política.”
Lo cual cumple al pie de la letra, a pesar quizá de las críticas a
su obra, que frente al “canto nuevo” y sus sofisticaciones, resultaba
panfletaria. Al final del mencionado libro “La otra cara de la patria”, se
reproducen dos cartas de solidaridad, dirigidas a Judith en el exilio, desde
Lecumberri, firmadas por presos políticos catedráticos, intelectuales,
dirigentes, estudiantes, escritores y periodistas; miembros del PCM, del
Movimiento Revolucionario del Pueblo, así como miembros del M.I.R.E., y los
detenidos el 17 de julio de 1967. Entre los numerosos firmantes, están José
Revueltas, Armando Castillejos, Raúl Álvarez Garín, Eli de Gortari, Manuel
Marcué Pardiñas, Heberto Castillo, Pablo Alvarado Barrera y su amado esposo,
Adán Nieto Castillo. Ello es sólo una muestra de a qué se refería Judith,
cuando hablaba de vincularse con las masas. Por eso no entendía una
presentación de sus canciones sin la atención de un público, porque ella tenía
esa intención didáctica que señala Viglietti y ese bagaje político de múltiples
y complejos movimientos con los que establecía apoyos mutuos y solidarios.
III.
Este 22 de marzo nuestra querida cantautora cumpliría 90 años de
vida. El estudio de su historia nos permite intuir lo que le provocó ese paro
cardiaco que detuvo su febril labor aquél 27 de diciembre de 1988. Su historia
nos permite saber que Judith se vio enfrentada desde muy joven, a la violencia,
la carencia y el maltrato, en algún momento con su primer esposo, Eduardo
Alarcón; en un segundo plano, ya adentrada en el activismo político
comprometido, Judith enfrentó secuestro, golpes, torturas, amenazas y
humillaciones; sufrió sabotajes a sus presentaciones, el cierre de espacios
para su canto, y es doloroso saber del ninguneo y la ignorancia de las nuevas
generaciones y en muchas ocasiones, la de sus propios colegas y “compañeros”.
Pero poco habla ella de estas cosas en su autobiografía y no siendo afecta a
repasar una y otra vez sus penas y sufrimientos, los nombra, los sostiene como
parte de una lucha que las dolencias no detienen, para mostrar de qué estaba
hecha. Pero hay algo que la va minando, algo que acabó lentamente con ella y
que la lleva efectivamente al exilio: el miedo. La historia social no quiere
mostrar sujetos invulnerables, invencibles, a prueba de todo padecimiento. Es
preciso también mostrar lo terrible que asoma a lo largo de su testimonio, y es
la semilla del miedo, sembrado en la profundidad de su ser cuando su activismo
continuaba siendo frontal y sus canciones imparables, porque la obra no se
detiene a pesar de los pesares. Miedo por la integridad y porvenir de sus hijos
y de su madre; miedo porque una vez que te secuestran y te torturan, no puedes
volver a ser la misma, de manera que las noches de insomnio, los sobresaltos a
los ruidos de la calle, la incapacidad para volver a dormir con la luz apagada,
son sombras que acompañan a la artista hasta el final… Heridas profundas que
llevó a cuestas sin quejas ni autocompasiones. Un golpe aquí, vejaciones y
amenazas allá, otro golpe más, esta vez en el pecho, aplicado con el canto de
dos manos criminales, que deja un dolor permanente en la memoria del cuerpo y
del alma, que la debilita poco a poco, que la hace sucumbir en su mesa de
trabajo, cuando aún tenía varias batallas que librar y varias canciones que
escribir. Como José de Molina, muerto por una complicación hepática provocada
por una golpiza de que es víctima años atrás a causa de su oficio, por su claridad
o por su necedad. Lento debilitamiento o cobarde asesinato como al maestro
Víctor Jara, las historias abarcarían tomos. Huellas de golpes, de exilios, de
muertes injustas, que el tiempo se encarga de borrar mientras que el sujeto
revolucionario crece junto con su obra en la lucha contra el olvido. Ahí está
la labor del investigador, del historiador, del periodista (oficio que ella
misma ejerció de manera íntegra y decidida) y aún del escritor: dimensionar los
hechos y las obras tanto en su momento,
como al paso del tiempo, dimensionar también al sujeto cuyos golpes y cuya
muerte son resignificados, pues su obra ha sido grande, tanto que trasciende
tiempos y espacios.
Vaya pues esta sencilla reflexión, para que se le recuerde a Judith
en su día, y a todos sus hermanos de espíritu. Qué mejor manera de recordarla
que escuchar y cantar su música, recopilar y difundir sus cantos, estudiar la
riqueza y el valor de su lírica y su pensamiento y colocar su historia vivida
en el justo lugar, donde pueda seguir creciendo e inspirando a otros en su
labor cotidiana contra las monstruosidades de la imparable ambición
capitalista, y del neoliberalismo que aunque anhela la apatía y el olvido, no
ha de lograr resquebrajar memorias, solidaridades y resistencias.
Les dejo finalmente, una de las últimas canciones que escribiera
Judith, y que permanece inédita aún, en espera de una voz y una guitarra que la
lancen al vuelo, como recuerdo de una vivencia colectiva de la ciudad de
México.
Liliana García
Sánchez
Coyoacán, marzo de 2014.
Corrido del Terremoto
1985
A
las siete diez y nueve
del
diez y nueve de septiembre
año
de mil novecientos
ochenta
y cinco pasó;
cayeron
las altas torres
a
causa de un cataclismo
y
luto de golondrinas
sobre
la ciudad dejó.
Ay
qué pena tan inmensa
es
este dolor del pueblo
para
arriba y para abajo
tiembla
aquí en la capital,
falta
el agua y los alambres
de
la luz se reventaron
y
en la calle Pino Suárez
cayeron
los edificios
como
en San Antonio Abad.
En
Lorenzo Boturini
murieron
las costureras
manos,
hilos y tijeras
inmovilizó
el temblor;
porque
techos y paredes
de
las fábricas cayeron
sobre
las trabajadoras
fustigadas
del patrón.
Hartas
casas ya no existen
e
Tepito y en la Roma
y
tampoco en Tlatelolco
el
Edificio Nuevo León;
allí
Plácido Domingo
mano
a mano con la muerte
empeñado
en el rescate
de
su gente y tanta gente
desgarró
su corazón.
Traigan
palas, traigan grúas
porque
hay muchos bajo tierra
el
oxígeno les falta.
En
esta vida temporal;
¿dónde
están, dónde quedaron
mis
amigos tan queridos?
¿dónde
están mis familiares
que
no los puedo encontrar?
|
Ya
después del terremoto
llegaron
hartos soldados
pero
no trajeron palas
para
ponerse a buscar;
aquí
sobran los fusiles
el
pueblo decía enojado,
¡Que
se vayan los soldados
Los
soldados que se vayan!
porque
vienen a robar.
Conmovido
el extranjero
su
ayuda mandó en aviones
su
experiencia en terremotos
nos
dio el pueblo japonés,
Cuba,
Francia y Nicaragua,
Inglaterra
y Alemania
y
de Rusia tan lejana
su
ayuda sin interés.
Estados
Unidos echa
la
mano como ninguno
causa
de esto desparrama
al
fin la buena vecindad;
Ya
es tiempo de que el presidente
mejor
nos vaya diciendo
cuánto
va a cobrar el gringo
cuánto
va a cobrar el gringo
por
lo que dice que da.
En
los primeros derrumbes
se
abatió el Hospital Juárez
sepultado
muchachitos
que
empezaban a vivir,
apenas
recién nacidos
y
ocho días desamparados,
semillitas
de la vida
se
negaron a morir.
Enfermeras
y doctores
en
servicio perecieron
bata
blanca su mortaja
verde
monte, su laurel.
Palomita
yo te pido
un
consuelo para el pobre
pues
con este terremoto
y
la ayuda propalada
nos
tocó la de perder.
|
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