lunes, 5 de noviembre de 2018

COMO CONOCI A AMPARO OCHOA




COMO CONOCI A AMPARO OCHOA
Gabino Palomares

Cuando llegué a la ciudad de México en 1975 me dieron hospedaje tres buenos compañeros de la escuela secundaria que, por estos años, eran maestros en el Distrito Federal y rentaban una casa en la colonia Estrella, por el rumbo de la Villa de Guadalupe. Ellos habían averiguado los lugares donde se cantaba el tipo de música que yo cantaba y me llevaron a “El Nahual” por el jardín de Coyoacán y luego a “El Mesón de la Guitarra” una Peña en la calle Félix Cuevas, en la colonia del Valle. Ahí conocí a Amparo Ochoa y el grupo boliviano “Inka Taki”. Mi sorpresa fue tremendamente superior a la experimentada la noche anterior en “El Nahual”. Escuchar por primera vez a Amparo me dejó sin palabras, me emocionó hasta las lágrimas. Al terminar el espectáculo, Edmundo Torrescano, mi mejor amigo de toda la vida, me llevó con Cesar Espada y Amparo para presentarme como “Un gran compositor” de San Luis Potosí. Amparo me preguntó si era verdad que componía canciones y me pidió, de la manera más natural, que le cantara mi mejor canción. Le canté “La maldición de Malinche”. Al terminar de cantar, Amparo y César Espada se quedaron un largo rato sin decir palabra, a mí me sudaban las manos de nervios, hasta que Amparo rompió la larga pausa para decirme con su acento sinaloense y con una sorprendente sencillez - ¿Me permitirías que yo cantara esa canción? – Por supuesto, me daría mucho gusto-, alcancé a contestar sin creer lo que escuchaba. César comentó –Amparo, esa canción te queda como anillo al dedo.- ¿Qué te parece si el próximo Jueves nos vemos aquí y yo traigo mi grabadora para aprenderme la canción? Llega una hora antes de que empiece a cantar para escucharte otras canciones y que las escuchen otros amigos cantantes – Perfecto, nos vemos el jueves. Me despedí de ellos y no hubo mayor comentario. Durante el viaje de regreso a la casa de mis amigos los comentarios fueron muy halagadores.

El jueves llegué a “El Mesón” a la hora señalada, Amparo ya estaba en el camerino y había invitado a escucharme a algunos maestros de música folklórica que daban clases en la Peña, entre ellos “El Babas” que era integrante del grupo “Los Folkloristas” a quien yo en ese tiempo no había escuchado, pero Amparo me dijo que eran de los iniciadores de este Movimiento musical en México. Amparo preparó su grabadora y yo le canté 3 o 4 canciones. Cuando terminamos de grabar, Amparo le preguntó a “El Babas” que le parecían las canciones, a lo que contestó. -No me parecen buenas, no tienen ninguna base de ritmos folklóricos ni mexicanos ni latinoamericanos, sería bueno que tomaras unas clasecitas. Se levantó y salió del camerino. Amparo estaba muy mortificada por la actitud de su amigo. – No le hagas caso, pinchi “Babas”, es bien cerrado- Comentó medio enojada, pero como yo no sabía lo que para todos significaba este gran músico, no me causó mucha preocupación… O mejor dicho, yo estaba tan emocionado de que Amparo cantara mi canción que todo lo demás no importaba. Esa noche, durante el turno de Amparo, le comentó al público mi presencia en la peña y me invitó a cantar “La maldición de Malinche”. Esa fue mi primera actuación en la ciudad de México, gracias a Amparo Ochoa. El público reacciono maravillosamente por lo que canté otra canción.

A partir de aquella noche nunca faltaba a la peña cada fin de semana, lo que poco a poco me hizo estar muy cerca de Amparo ya que en el camerino me preguntaba muchas cosas de mi vida y me contaba muchas otras de ella, como sus problemas familiares y emocionales, esta dinámica fue la constante durante 28 años.

Fue el inicio de una entrañable amistad que duró, físicamente, hasta que despedí a Amparo en un avión privado de Pemex rumbo a Culiacán, en donde murió unas semanas después.

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