sábado, 9 de noviembre de 2019

Comentarios durante la presentación del libro HISTORIAS DE UNA CANCION

El viernes 4 de Octubre del 2019 en el Cafe Zapata Vive de la Ciudad de México, se realizó la presentación del libro Historias de una canción. La presentación estuvo a cargo de Liliana Sánchez, Rene Cervera, Marcelino Guerra y Fernando Morán (autor del libro).


Historias de una canción. Comentarios al libro de Fernando Morán
Liliana García S.

Conozco a Fernando desde hace varios años; nuestros encuentros han sido pocos pero sumamente aleccionadores y substanciosos, he seguido de cerca su trabajo como investigador del vasto tema de la canción popular y social de México y Latinoamérica. Esa labor se expresa generosamente en su extensa lista de textos, ensayos, biografías y una infinidad de anécdotas, historias y memorias de músicos, artistas y gestores de la música popular y social latinoamericana, que comparte en sus blogs “La nueva canción mexicana” y “Tradicciones”. Como excelente narrador de historias que es, se hacía necesaria la serie de textos que inicia con este primer tomo de “Historias de una canción”, 20 canciones que dan pretexto a una infinidad de entrecruzamientos en el tiempo.
En primer lugar, quiero comentar un detalle que llamó mucho mi atención a lo largo de la lectura de este libro. Y es que, entre todo el conocimiento y memoria que despliega, están presentes siempre estampas autobiográficas del autor, lo cual constituye una cualidad que hace de este un libro de historias diversas, cuyo hilo conductor es, en muchos casos, la experiencia directa del autor. Esta cualidad testimonial da una riqueza extra la obra y le da un estilo profundamente personal.
En mi investigación sobre la canción de protesta mexicana de los años 70, encontré que pocos músicos tenían recursos para dedicarse al canto sin cobrar; los más requerían de un ingreso, cuya obtención implicaba inventar formas de presentación de la obra y atraer al público y maneras de relacionarse con  las disqueras, los dueños de las peñas, foros, bares y los cafés; aun otros, incorporados a plataformas políticas o incluso a partidos de izquierda, resistían en la radicalidad, convencidos de que el arte y el activismo político eran indivisibles. He tenido la sensación, de que esas aseveraciones se limitan a una realidad mexicana de ese período. De ahí que otro aspecto que me parece digno de mencionar, es la manera en que Fernando entreteje el dato específico de la canción, con diferentes anclajes a la realidad política y cultural del país y época en que se desarrolla cada historia. Nos muestra las diversas maneras en que los músicos se relacionan con los movimientos políticos y con las políticas culturales de su momento y lugar. Es interesante pensar la política cultural mexicana a la luz de la experiencia chilena, por ejemplo, en donde el gobierno de la Unidad Popular de Allende incorporó de manera decisiva la participación de músicos y artistas. Responder a la pregunta de qué pasó en México entre la canción de protesta y sus relaciones con el hecho político y cultural, sigue siendo una tarea pendiente para los historiadores de este tema.

En una entrevista, Roberto González me dijo que las canciones pueden cambiar el mundo, sin que el autor se lo haya propuesto necesariamente.
 […] creo que son canciones que sí han modificado la realidad a través del tiempo, de muchas personas, de un trabajo constante, de una constancia de la canción, que va más allá [del autor]. Una vez que sueltas la canción, esta puede tener su vida propia. [1]

Con la alusión a un proceso de vida propia que emprenden las canciones una vez que el autor la “suelta”, pienso en los diversos escenarios que Fernando muestra a lo largo de cada historia, entre los cuales una canción vuela, se expande, se da a conocer, y trasciende o transita al borde del olvido. Las historias que el autor relata con motivo de una canción, tienen que ver con la memoria de los que estuvieron ahí cuando surgió la canción, quiénes participaron; tiene que ver con la frecuente presencia de poetas, escritores, dramaturgos y otros artistas; con la memoria de los que escucharon la canción, de quienes la grabaron y de los que adquirieron o se toparon con el disco o el casete que la contenía. O mejor aún, la memoria de quienes estuvieron presentes en algún concierto donde esa canción se daba a conocer.
Los sutiles hilos de la memoria, los entrelaza el autor con un amplio panorama cultural, que nos permite observar los periplos de la canción a través de los grupos, las disqueras, los productores, los ingenieros y personal que participó en grabaciones y conciertos; podemos también apreciar los cambios, adendas y mutilaciones que sufre la canción y bajo qué intereses o circunstancias… las versiones en el tiempo.
Todas esas memorias, hechos e historias que confluyen en torno a una canción, nos dan también pistas interesantes sobre el estado de la cultura, la educación, la política y la economía de un lugar o una región. Asimismo, nos hablan a nivel social del intercambio generado a partir del hecho de componer, de grabar, de tocar, de buscar el modo de subsistir y de darle espacio y voz a las canciones.
El asunto particular de la recepción de las canciones, este otro momento de la “vida propia” que éstas adquieren, pude constatar la importancia de atender el tema de la canción en “todo su proceso”, como aconseja Alberto Híjar: Producción, circulación y consumo, y yo agregaría otro más, las representaciones.
Hacia la segunda mitad del siglo XX, con el auge del radio y el cine, la presencia física del músico deja de ser indispensable para disfrutar de su obra. Este signo de transformación, nos permite observar cambios en la cultura, en la manera en que accedemos y apreciamos el arte; cambios en las políticas públicas que atienden a creadores e intérpretes. Apreciamos cómo operan los fenómenos de translocalidad en la canción. Vemos así, la vida propia que adquieren las obras musicales una vez que viajan en el tiempo y en el espacio, específicamente mediante diversas tecnologías de reproducción.
Todo esto aparece de manera amena y en muchos momentos emocionante, en la prosa de Fernando Morán, más que eso, nos muestra el lado social y en ocasiones íntimo, de ese vasto mundo empresarial y comercial que supone la difusión de las canciones. Como historiadora de la canción popular y social, celebro enormemente el trabajo paciente y constante que Fernando ha realizado.
Hay momentos a lo largo de las historias de este libro, que nos muestran cómo y dónde desarrollaron el oficio los cantores, revelándonos cuestiones prácticas, sociales o de gustos personales, además de los asuntos ideológicos y políticos. Salta en muchas de las historias el debate sobre lo popular, el folclore, la autenticidad y la pertinencia de las canciones. Este aspecto de lo popular es interesante para las trayectorias que sigue una canción, por ejemplo, Fernando nos invita a reflexionar ¿qué tiene que ver la protesta o el canto nuevo con el rock, la salsa o el bolero? Son inevitables las referencias a los Festivales, Encuentros y conciertos, en muchos casos narrados con gran detalle por el autor, apareciendo también los espacios de intercambio, composición, solidaridad y discusión.Fernando dice, a propósito de la canción La Muralla, de Quilapayún, una síntesis exacta de lo que estamos hablando:
[…] un texto de un poeta cubano que se publica en Argentina se musicaliza por un grupo chileno, utilizando ritmos e instrumentos venezolanos, y la recrea después un grupo puertorriqueño.

Así de azarosa es la vida de una canción.

Gracias a todos, felicidades Fernando.
Liliana García S.
Coyoacán, 4 de octubre de 2019.



[1] Entrevista a Roberto González. Liliana García. 2011.




PRESENTACIÓN DEL LIBRO HISTORIAS DE UNA CANCIÓN DE FERNANDO MORÁN
Marcelino Guerra Mendoza 


El pasado 5 de septiembre, hace un mes, recibí un mensaje en Messenger de mi querido Fernando en el que, además de saludarme como en otras ocasiones, me invitó presentar su libro que recién había terminado de escribir “Historias de una Canción”. Me emocionó mucho la invitación porque se del trabajo cultural que realiza Fernando desde hace mucho tiempo en relación con la música latinoamericana, andina, mexicana y, desde luego, aquella que solíamos llamar de protesta.  
Por ahí de 1973 tuve la oportunidad de conocerlo, al igual que a su familia, cuando llegamos a vivir en la calle 311 de la Unidad Habitacional “El Coyol”. Adolescentes los dos, un poco mayor su servidor, compartimos distintas vivencias lúdicas y deportivas callejeras, primero, echando las clásicas  cascaritas de futbol, béisbol o voleibol junto con otros grandes amigos que nos reuníamos por las tardes – noches cuando había clases y durante todo el día cuando eran vacaciones escolares. Él, cuando jugábamos futbol, se decía llamar Chavarín como el emblemático centro delantero del Atlas de aquellos años.  
Conforme el tiempo transcurría empezamos a compartir la música que en aquel entonces denominábamos de protesta. Sentados en la banqueta platicábamos de discos y sus portadas que recién conocíamos y, en ocasiones, los escuchábamos en su casa. En ese entonces yo estaba en el CCH Oriente y me empecé a aficionar por los discos que vendían en la entrada del plantel. Junté una lana y me compré el primer disco de Víctor Jara donde traía Te Recuerdo Amanda, a Desalambrar, La Plegaria del Labrador y otras más que las aprendí más rápido y mejor que la trigonometría que el profe de matemáticas se esmeraba en enseñarnos en clase.  El segundo disco que compré fue el de Soledad Bravo en el cual cantaba Las Preguntitas de Atahualpa Yupanqui. Esa canción la escuché por primera vez en la casa de mi Tío Toño a los 15 o 16 años de edad y me llenaba de ánimo para cuestionarme de manera permanente sobre todo lo que me rodeaba.  
Estos dos discos fueron la puerta para empezar a conocer la música de protesta y llenar la mente de dudas, inquietudes y curiosidad por saber lo que pasaba a diario. La caída de Salvador Allende y la muerte de Víctor Jara a manos del dictador Pinochet en 1973 marcaron en mucho la toma de conciencia que poco a poco fui construyendo, pero, de manera importante, la cercanía con Fernando para adentrarnos más en la música latinoamericana. Al paso del tiempo cada uno tomó su rumbo y, aunque no dejamos de saber uno de otro, es hasta ahora que nos volvemos a encontrar en la presentación de sus “Historias de una Canción”.  
En lo particular me dediqué al deporte sobre silla de ruedas desde 1974 y, después, tuve la oportunidad de entrar a trabajar a la Universidad Pedagógica Nacional en mayo de 1981, por supuesto, sin dejar de escuchar la música de protesta; pero eso es parte de otras historias. 
Mientras tanto, Fernando, se dedicó de lleno al trabajo cultural de distintas formas. Me enteré que andaba haciendo trabajo en la inolvidable Peña Morelos, aprendiendo a tocar instrumentos de la canción latinoamericana y andina e integrando grupos musicales, como Salario Mínimo, para realizar presentaciones en distintos foros, coordinando reuniones nacionales de trabajadores de la cultura y, posteriormente, con base a esta participación convertirse en cronista, locutor y creador de su propio blog de la Nueva Canción Mexicana. Por si fuera poco, durante 30 años se dio a la tarea de sobrevivir en tierras californianas, gracias a su afición a la cocina, como el conocido Chef Guevara. Esta larga experiencia le ha construido como migrante en el quehacer cultural desde abajo y a la izquierda para contarnos, hoy en día, historias de una canción.  
El libro que nos reúne en esta velada da cuenta de cómo es prácticamente imposible hacer una sola cronología o línea del tiempo para comprender el proceso de construcción de la canción latinoamericana, mexicana o de protesta. En el proceso se conjugan historias de diversas y diferentes latitudes, autores, canta autores, grupos y resistencias que se fueron y, en algunos casos, siguen dando la pauta a aristas, vertientes y expresiones en los momentos, espacios y tiempos que nos están tocando vivir. Pero, además, cada historia se junta con otras para dar cuenta de una canción y, de esta manera,  se abre la puerta a más historias permitiendo comprender, no solo la creación aislada de alguna de las canciones narradas por Fernando sino, sustancialmente, sus antecedentes, lugares, espacios, momentos sociales y políticos del momento y previos a él y, algo central, conocer la propia biografía cultural del autor. Inclusive cuestiones de amor y desamor a causa de diferencias musicales.  
Para contar las historias de una canción Fernando ha realizado una exhaustiva investigación documental y discográfica para transportarnos por la cordillera de los maravillosos Andes Chilenos, la Pampa Argentina, territorios de grandes movimientos sociales como Nicaragua, Puerto Rico, y nuestra querida huasteca potosina con canciones de grupos chilenos como Inti Illimani, Quilapayún, grupos argentinos como los Calchakis, Puertorriqueños como Taone, los Nicaragüenses Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, el mismo Víctor Jara con Zamba del Che, Roy Brown con Aires Bucaneros, Violeta Parra con Gracias a la Vida, Mercedes Sosa con su gran repertorio musical, Nacha Guevara con Yo te nombro, Alfredo Zitarroza con Adagio en mi País, o, bien, grupos mexicanos como Los Leones de la  Sierra de Xichu, los Folkloristas, Sanampay, los Mascarones, La Nopalera, Salario Mínimo, intérpretes como Oscar Chávez, “el Caifán o estilos”, Hebe Rossel, José de Molina, Margarita Bauche, Judith Reyes, Amparo Ochoa, Gabino Palomares,.Tehua y, sin lugar a dudas,  Movimientos como la Nueva Trova desde sus inicios en 1971 que se dieron a la tarea de musicalizar la poesía de José Martí y Nicolás Guillén, Congresos como el desarrollado en Cuba sobre Educación y Cultura en 1971 o, bien, el auge de las Peñas Folkloricas en distintos lugares del territorio nacional.  
Canciones como Juanito Laguna, la Muralla galopa Murrieta, en honor a Joaquín Murrieta; “Como un enjambre” de Guillermo y sus Leones, que relata las peripecias de los migrantes de la provincia hacia la capital y hacia el norte en busca de trabajo llega al fondo del alma, nos cuenta Fernando, de todos los migrantes que han ido al otro lado de nuestro territorio en busca de mejores condiciones de vida. También, nos da cuenta del trabajo realizado por Pepe Frank para la música infantil, con una gran variedad de ritmos e instrumentos latinoamericanos, que le permite musicalizar cuentos e historias de las niñas y niños a los que les daba clases. No puede faltar en estas historias de una canción la de Rene Villanueva y los Folkloristas con su Vidalita y, por supuesto, el debate entre los músicos mexicanos del folklore y el rock nacional.  
En nuestro país el auge y presencia que fue teniendo la música de protesta es muy importante para distintos movimientos sociales y estudiantiles que se vieron envueltos en ella. Sin duda 1968 marca un parteaguas para muchos de los aquí presentes; pero en cuestión musical, también, representó un movimiento cultural que nutrió en mucho las resistencias estudiantiles y de trabajadores en ese tiempo porque estos movimientos tienen diversas historias que cuando se cuentan invariablemente se entrelaza la lucha social y cultural para expresar al máximo el hartazgo e inconformidad con la vida de explotación y de autoritarismo que padece la población.  
La música de protesta ha tenido la virtud de escribir, tocar y cantar con ritmo latino, andino, afroantillano o nacional la realidad que la gente de abajo y más abajo vive pero, también, los momentos de lucha y resistencia sin olvidar a los que han muerto o desaparecido de manera forzada por los gobiernos dictatoriales de nuestra querida américa y territorio nacional. Actualmente seguimos demandando, después de 5 años, la aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa pero no son los únicos desaparecidos en el país por lo que el grito nacional sigue siendo ¡Fue el Estado!.. Vivos se los llevaron, Vivos los queremos.  
Este libro de Fernando me llena de vigor y alegría, como el Jumex, tres veces al día porque despierto con una canción de mis años juveniles, como Hasta Siempre de Carlos Puebla, en la tarde caen en la mente momentos como la revolución cubana en 1959, la muerte del Che Guevara en 1967, el mayo francés de 1968 o el movimiento estudiantil en nuestro país de ese año, la llegada a la presidencia chilena de Salvador Allende en 1970 y su muerte a manos de Pinochet en 1973 o el asesinato de Victor Jara en ese mismo año por el mismo dictador y en la noche, a partir de Historias de una Canción que nos ofrece Fernando,  darme a la tarea en comprender todo un proceso de lucha y resistencia por una identidad y dignidad, con justicia y libertad, que solamente en un proceso revolucionario es posible acercarse a ello.  
Cuando nos cuenta Fernando la historia en la que abordó a Amparo Ochoa por allá de 1986 en el estacionamiento del Sindicato Mexicano de Electricistas, el legendario SME, durante un evento en el que participaba junto a José de Molina para obsequiarle la primera grabación en casete que había realizado el grupo Salario Mínimo, donde él formaba parte, y ella le comentó que le interesaba hacer un disco de música afroantillana es un ejemplo de la forma en qué los movimientos sociales siempre han estado cercanos a los movimientos culturales. En aquel entonces tanto José de Molina, Amparo Ochoa, Oscar Chávez y, por supuesto, Salario Mínimo entre otros grupos e intérpretes se presentaban en locales sindicales, huelgas de trabajadores o festivales estudiantiles para entrelazar la conciencia social con la musical y otras expresiones artísticas que daban fuerza y color a las manifestaciones de protesta contra el régimen autoritario y, aún, lo siguen haciendo. En la década de los 80 fue el caso de la Universidad Pedagógica Nacional en que el grupo que tocaba en nuestros festivales o fiestas de fin de año era Salario Mínimo. Inolvidables esas tocadas. Pero eso es parte de otras historias. 
Su disfrute por el folklore latinoamericano y en especial la música andina han sido fundamentales para el trabajo cultural que viene desarrollando desde hace tiempo porque a partir de ello se ha dado a la tarea de indagar hasta encontrar la música que mas le llena. Encontrar no solo la música sino sus historias que la han visto nacer y profundizarse le permiten a Fernando trazar, más allá de líneas del tiempo, una expresión rizomática que da cabida tanto a letras e instrumentos, propios de las regiones que investiga, como movimientos sociales, estudiantiles y de trabajadores que suceden en el tiempo y el espacio de la propia investigación. De aquí la importancia de su libro para un servidor porque me ha sido posible no solo una lectura pausada sino, de manera profunda, llegar a escarbar la memoria para rememorar acontecimientos fundamentales en mi vida. Es el caso, entre otros, el no perder de vista el inicio de mi interés por la música de protesta a partir de la convivencia con mi Tío Toño, hermano de mi madre, quién desde adolescente por ahí de mis 15 o 16 años me invitó y llevó a festivales en el Auditorio Nacional para escuchar a Mercedes Sosa, Oscar Chávez, Amparo Ochoa, Los Folkloristas y muchos más pero la invitación la acompañaba con el regalo de posters del Che Guevara y sesiones de música, en su casa, para escuchar a Atahualpa Yupanki.  
Después me seguí haciendo de discos no tanto de música andina sino de aquella música que me llegaba a despertar dudas, preguntas e  inquietudes como aquella de Jacinto Cenobio que por cierto le encantaba a mi madre y en su momento se convirtió en casi himno durante las tertulias familiares y de amigos que solíamos reunirnos en la casa de alguien para degustar algunas viandas, bebidas y pláticas profundas que relacionábamos con esas letras del despertar soñando. Con estos antecedentes puedo situar de mejor forma la vinculación con Fernando para escuchar música latinoamericana y de protesta sentados en la banqueta de la calle 311 del Coyol, pero esto ya es parte de otras historias.
Muchas gracias. 

Marcelino Guerra Mendoza 
Octubre de 2019  


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