Los foros del dramaturgo
Enrique Ballesté
(Tercer lunes de enero)
Lo importante de saber jugar a la
vida.
Para Meche Ballesté
Durante el turbulento 1968, a un
lado de la Torre de Rectoría en la UNAM, la presencia de un prisma rectangular
armado con láminas distorsionaba la armonía del campus, era una cápsula que
escondía la dinamitada estatua de Miguel Alemán, obra del escultor Ignacio
Asúnsolo. Para la mayoría de los estudiantes de los años 50, la imposición de
tal autoelogio agredía la autonomía universitaria y esa fue una de las razones
por las que, en varias ocasiones, se atentó contra la enorme mole.
Curiosamente, mientras existió
esa metálica tapadera, el sitio sirvió como punto de encuentro de artistas
plásticos y organizaciones estudiantiles. A veces, frente a esas láminas, se
colocaban unos andamios para convertir el lugar en un perfecto foro de eventos
político/culturales.
Este año se cumplirá medio siglo
de la creación dominical de un efímero mural colectivo, elaborado ahí, a unas
semanas del 2 de octubre, por una veintena de pintores para demostrar así su
solidaridad con el movimiento estudiantil.
Los artistas, convocados por El
Comité de Huelga, llenaron de color las monótonas láminas de zinc. Más con
brochas que pinceles, estaban involucrados Felguérez, Messeguer, Cuevas,
Medina, Olachea, Lilia Carrillo y Fanny Rabel, entre otros tantos.
Eran épocas difíciles, y “tomar
la calle” era un asunto de alto riesgo, pero dentro del campus universitario se
respiraba cierta libertad, cobijo y seguridad.
Después del 68, ya con las
pinturas borradas durante la intervención del ejército en CU, el gran cubo
siguió como referente para imaginar eventos. Recuerdo cómo varios jóvenes
pintores, dirigidos por Jorge Hernández Delgadillo, se esmeraban en hacer de
nuevo ahí mismo sus narraciones pictóricas, mientras los mejores músicos
populares, de ese tiempo, cantaban su versión de lo que sucedía en nuestra
sociedad.
Algo de lo que entonces se estaba
viviendo se preservó en blanco y negro, mediante el registro de algunos de los
entonces estudiantes de cine del CUEC/UNAM, era muy común ver a Leobardo López
Arretche filmando por todos lados, y cuando decidió editar todo su material,
dejó para la posteridad su más importante película, “El Gritó”.
De una rara y poco conocida cinta
en color, obra del cineasta experimental Raúl Kampfer, obtuve para compartirles
estas imágenes de lo que en ese entonces se pintó ahí.
Fue en uno de aquellos eventos
organizados en el cubo, donde al lado de Óscar Chávez, José de Molina, Los
Nakos y el infaltable poeta Leopoldo Ayala, escuché por primera vez cantar a
Enrique Ballesté.
En 1972, parte del gran cubo fue
removido por unos aguerridos estudiantes, querían dar a ese zinc un mejor
destino y utilidad. En una noche sin luna desarmaron las láminas, las cargaron
a lomo y cruzaron la explanada en dirección a El Pedregal de Santo Domingo, una
nueva colonia aledaña muy pobre, ahí “donaron” sus trofeos para que fueran
parte de los muros y techos de una escuelita primaria comunitaria y humilde, la
Emiliano Zapata.
El conglomerado de las
improvisadas casas, montadas sobre el agreste pedregal de Santo Domingo, fue
producto de una toma iniciada el 1 de septiembre de 1971 por familias que
migraron desde varios estados al D. F.
En medio de las siempre
imperantes tolvaneras, era común encontrar en la colonia el solidario apoyo
estudiantil, y cuando los maestros de la escuelita Emiliano Zapata invitaron a
La Peña Móvil para tocar en sus improvisadas aulas, ahí coincidimos por primera
vez musicalmente con Enrique Ballesté.
Después de desmontar un par de
veces las láminas de aquel armatoste que tanto problema le ocasionaba a las autoridades
universitarias, para evitar la vergüenza de tener a la vista de todos la
destrozada escultura, una mañana la explanada de CU amaneció sin cubo, sin
escultura y los restos del expresidente impuesto en el campus, quedaron
abandonados en el basurero del vivero alto.
En el mismo sitio donde se fundó
aquella modesta escuelita, hoy funciona el muy recomendable y combativo Centro
Cultural de Artes y Oficios “Escuelita Emiliano Zapata”.
Una vez desaparecido el estorbo
de la explanada, rápidamente los espacios para seguir haciendo música y teatro
no sólo se mudaron a otros lugares sino que se multiplicaron. Por esas épocas
Mario Orozco Rivera montó un espectáculo en el que, además de pintar,
graciosamente imitaba el hablar de Pinochet, vociferando simiescamente.
Mientras tanto, a un lado, Delgadillo daba forma a su obra conformada por
trazos plagados de largas caras mezcladas con fusiles, rojas estrellas,
machetes y puños bien cerrados, tan sugerente arte se vertía sobre unos
interminables rollos de un papel, significativamente llamado revolución, y así,
las ideas, al igual que el fugaz mural, se desenrollaban enfocadas como misiles
dirigidos a los enemigos sociales de entonces. Aunque al final del evento las
pinturas se convertían en basura, estoy seguro que todo el conjunto de aquellas
tesis poco a poco fueron permeando la conciencia estudiantil.
Un evento así, fue organizado por
los pocos luchadores sociales de nuestra entonces nada combativa Facultad de
Química, y sucedió en la cafetería, una mañana las paredes aparecieron tapiadas
de consignas, se pronunciaron discursos, se dibujó sobre el papel de estraza
marrón y sonó la guitarra que acompañaba las irónicas denuncias del querido
Enrique Ballesté.
“Yo pienso que a mi pueblo...”
La manera de hacer crónica y
denuncia de Enrique Ballesté era ingeniosa, divertida e irónica, le gustaba
ridiculizar a la burguesía…
“toda su vida es una corbata”
Sus canciones también incluían
insistentes consignas llenas de verdades, sus letras rápidamente se convertían
en una especie de virus que todo el público terminaba por tararear.
“Un soldado es todo aquel que
obedece a un coronel”
Su querida hermana, Mercedes, era
mi compañera en el Colegio Madrid, por eso lo pude conocer más cercanamente, un
día en su casa, allá al final de la calle Progreso, platicamos largamente sobre
cómo concebía el teatro independiente, lo complejo que sería cimentar
adecuadamente el proyecto del Centro Libre de Experimentación Teatral y
Artística (CLETA), del que era cofundador, y de lo que quería hacer con su
grupo Zumbón. Al hablar de la música en México, de pronto me dijo: mira, lo que
tú tienes que hacer es escuchar a chavela y me regaló el álbum doble color rosa
mexicano de Chavela Vargas, esto fue mucho antes que mi tocayo, Joaquín Sabina,
la “descubriera”.
Ya teníamos ciertas tablas en La
Peña Móvil cuando comenzamos a coincidir con Enrique en varios espacios, y es
que él, además de cantar sus canciones, volvió algo cotidiano el organizar
funciones en cuanto lugar se pudiera, fue entonces cuando nos invitó a trabajar
con el modelo de intercalar fragmentos teatrales y la música latinoamericana
que nosotros interpretábamos. Era una época en la que muchos nos sentíamos con
la obligación, (y además hasta creíamos que contábamos con la capacidad de
hacerlo,) de incluirnos en la necesaria y difícil misión de “crear conciencia ”
y quizá por ello, coincidimos en varios de los sitios que paso a paso se
estaban “ganando” con la intención de transformarlos en foros populares.
Y todo esto duró algunos años
hasta que tristemente algunos de estos espacios fueron absurdamente
vandalizados, me refiero a lo que sucedió a la Casa del Lago, el Foro Isabelino
y en el Auditorio Justo-Che, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el
cual por cierto aún sigue en las mismas, y es que, “Eso de jugar a la vida es
algo que a veces duele”.
Enrique fue un ser perseverante,
uno de aquellos que supo encontrar, de manera inteligente, las razones para
expresar lo nuestro, para ganar terreno, para defender la causa, el fue sin
duda, hasta sus últimos días, todo un ícono del teatro de búsqueda, un
insistente explorador de formas atrevidas, un incansable promotor de lo que
fuera necesario para que los jóvenes pudieran subir a los escenarios, influenció
a muchos para que se comprometieran a decir la verdad con claridad, con humor,
con una ideología bien dirigida y definida, cuestión que ahora, en medio del
tan confuso proceso electoral que se nos viene encima, me pregunto, ¿hay quién
entienda qué es lo que sucede?
El sabía que había mucho por
hacer y comprobó que luchando a su manera, se podían lograr grandes cosas, por
eso nunca abandonó su forma tan comprometida de hacer canciones, de hacer
escuela y de hacer teatro.
De nuevo, otra vez un fatídico 19
de septiembre, pero el de hace 2 años, se conoció la triste noticia...partió
Enrique. Entonces aparecieron los viejos amigos, los que entendieron,
apreciaron y trabajaron con sus tesis y hubo varios que le dedicaron algunas
líneas.
José Ramón Enríquez en su texto,
Un autor imprescindible, escribió : “Ballesté planteó la búsqueda de un teatro
que incidiera en la realidad... para modificarla”; Jesús Coronado del colectivo
El Rinoceronte Enamorado, lo calificó como el “poeta de la revolución que
estamos esperando”; su contemporáneo, y hasta hace poco director de la Compañía
Nacional de Teatro, Luis de Tavira lo llamó el “dramaturgo del 68” y La revista
Paso de Gato lo describió como “el maestro del teatro en libertad”.
“Sobre una cama giran los ejes
del reloj”
Se fue el creador congruente,
poseedor de su propia arma transformadora, un personaje que tenía muy clara
cuál era la verdadera misión del teatro independiente. Su vehemencia se puede
resumir con sus propias palabras:
“No existía una dramaturgia popular,
había que hacerla y por eso utilizamos la creación colectiva, todo lo hacíamos
en plural, nada en singular y éramos (tenían que serlo, digo yo) de tiempo
completo”.
Por ahí quedan sus obras que sin
duda seguirán en los escenarios “Mínimo quiere hacer”, “Puente alto”, “Vida y
obra de Dalomismo”, “Los Flores Guerra”, entre tantas otras.
Enrique fue, en aquel entonces y
hasta sus últimos días, todo un ícono del teatro de búsqueda, el artista que
supo hacer del escenario un lugar para dramatizar las verdades, entendió que
debía intentar comunicar las ideas de una manera agradable, artística,
comprometida, musical y, desde luego, siempre muy teatral.
Su trabajo quedará presente en
los nuevos foros solidarios que seguramente seguirán surgiendo, y ahí, las generaciones
emergentes que continúen con sus pasos, entenderán por qué él aseguraba que lo
importante al jugar con la vida consistía en conocer y entender el dolor que
siempre la acompaña.
Yo estoy seguro que al lado de
nuestras queridas compañeras y amigas, Tehua y Amparo, perfectas intérpretes de
sus creaciones, en algún rinconcito solidario del cosmos libertario, seguirán
los tres a coro entonando sus significativas canciones.
Joaquín Berruecos.
Tlalpan CDMX
Enero 15 del 2018.
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