COMO CONOCI A AMPARO OCHOA
Gabino Palomares
Cuando llegué a la ciudad de
México en 1975 me dieron hospedaje tres buenos compañeros de la escuela
secundaria que, por estos años, eran maestros en el Distrito Federal y rentaban
una casa en la colonia Estrella, por el rumbo de la Villa de Guadalupe. Ellos
habían averiguado los lugares donde se cantaba el tipo de música que yo cantaba
y me llevaron a “El Nahual” por el jardín de Coyoacán y luego a “El Mesón de la
Guitarra” una Peña en la calle Félix Cuevas, en la colonia del Valle. Ahí
conocí a Amparo Ochoa y el grupo boliviano “Inka Taki”. Mi sorpresa fue
tremendamente superior a la experimentada la noche anterior en “El Nahual”.
Escuchar por primera vez a Amparo me dejó sin palabras, me emocionó hasta las
lágrimas. Al terminar el espectáculo, Edmundo Torrescano, mi mejor amigo de
toda la vida, me llevó con Cesar Espada y Amparo para presentarme como “Un gran
compositor” de San Luis Potosí. Amparo me preguntó si era verdad que componía
canciones y me pidió, de la manera más natural, que le cantara mi mejor
canción. Le canté “La maldición de Malinche”. Al terminar de cantar, Amparo y
César Espada se quedaron un largo rato sin decir palabra, a mí me sudaban las
manos de nervios, hasta que Amparo rompió la larga pausa para decirme con su
acento sinaloense y con una sorprendente sencillez - ¿Me permitirías que yo
cantara esa canción? – Por supuesto, me daría mucho gusto-, alcancé a contestar
sin creer lo que escuchaba. César comentó –Amparo, esa canción te queda como
anillo al dedo.- ¿Qué te parece si el próximo Jueves nos vemos aquí y yo traigo
mi grabadora para aprenderme la canción? Llega una hora antes de que empiece a
cantar para escucharte otras canciones y que las escuchen otros amigos
cantantes – Perfecto, nos vemos el jueves. Me despedí de ellos y no hubo mayor
comentario. Durante el viaje de regreso a la casa de mis amigos los comentarios
fueron muy halagadores.
El jueves llegué a “El Mesón” a
la hora señalada, Amparo ya estaba en el camerino y había invitado a escucharme
a algunos maestros de música folklórica que daban clases en la Peña, entre
ellos “El Babas” que era integrante del grupo “Los Folkloristas” a quien yo en
ese tiempo no había escuchado, pero Amparo me dijo que eran de los iniciadores
de este Movimiento musical en México. Amparo preparó su grabadora y yo le canté
3 o 4 canciones. Cuando terminamos de grabar, Amparo le preguntó a “El Babas”
que le parecían las canciones, a lo que contestó. -No me parecen buenas, no
tienen ninguna base de ritmos folklóricos ni mexicanos ni latinoamericanos, sería
bueno que tomaras unas clasecitas. Se levantó y salió del camerino. Amparo
estaba muy mortificada por la actitud de su amigo. – No le hagas caso, pinchi
“Babas”, es bien cerrado- Comentó medio enojada, pero como yo no sabía lo que
para todos significaba este gran músico, no me causó mucha preocupación… O
mejor dicho, yo estaba tan emocionado de que Amparo cantara mi canción que todo
lo demás no importaba. Esa noche, durante el turno de Amparo, le comentó al
público mi presencia en la peña y me invitó a cantar “La maldición de
Malinche”. Esa fue mi primera actuación en la ciudad de México, gracias a
Amparo Ochoa. El público reacciono maravillosamente por lo que canté otra
canción.
A partir de aquella noche nunca
faltaba a la peña cada fin de semana, lo que poco a poco me hizo estar muy
cerca de Amparo ya que en el camerino me preguntaba muchas cosas de mi vida y
me contaba muchas otras de ella, como sus problemas familiares y emocionales,
esta dinámica fue la constante durante 28 años.
Fue el inicio de una entrañable
amistad que duró, físicamente, hasta que despedí a Amparo en un avión privado
de Pemex rumbo a Culiacán, en donde murió unas semanas después.
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